Una mirada que envejece

Mientras el niño caminaba tranquilamente por el parque, observó a lo lejos un pájaro.

Parecía que brillaba a la luz del sol, era bello, grande, de un color rojo vivo. Volaba con gran estilo, se veía cómo movía sus hermosas alas y cortaba el viento a su paso, te seducía con la mirada y querías seguirle a todos lados. Era majestuoso. El niño lo observó con detenimiento y dudó en acercarse. Su hermano lo esperaba en casa y tal vez se preocuparía, aparte de que aún no terminaba la tarea que tenía que entregar al día siguiente.

El pájaro se posó en un árbol, tenía un toque elegante, perfectamente se lo podía imaginar usando monóculo y sombrero. Era todo un espectáculo. Y sus brillantes ojos, que reflejaban el peligro en su interior. No provocaban una inquietud por daño físico alguno sino por algo aún más perjudicial; y ahí radicaba su poder. Era una mirada que no podías dejar de ver. Una que envolvía como si de un embrujo se tratase. Sus grandes ojos amarillos te miraban e invitaban a acercarte bajo tu propio riesgo.

El niño cedió ante el magnífico animal. Se acercó y se quedó pasmado, admirado y extasiado por lo que veía. No le importaba el mundo, sólo el alado color carmesí. Se zambulló tanto en la apreciación del animal, que el muchacho hacía caso omiso a las demás personas a su alrededor. Algunos niños pasaban chocándole, pero a él no le importaba, mientras que otros infantes se unían a su hermosa contemplación, seducidos ante la majestuosa creatura.

El adolescente estaba embobado. Parecía como si el pájaro estuviera aspirándole vida. Cada que sus miradas chocaban, el joven se exaltaba y disfrutaba más de ver al animal, pero al mismo tiempo parecía como si el pájaro creciera cada que el joven lo alimentaba con sus ojos, segundo a segundo.

Llegó otro pájaro, igual al anterior. Más pequeño, pero con el mismo toque de elegancia y seducción en la mirada. El adulto se impresionó. Tenía ante él dos artes en rojo. El pájaro pequeño también parecía crecer, absorbía vida de los ojos del señor.

El adulto siguió observando. Y atisbó a lo lejos una parvada de estas hermosas aves coloradas. Se asustó. Se dio cuenta que su hermano seguía a la espera de su llegada y estaría preocupado. El anciano volteó a sus derredores y vio cómo otros jóvenes y adultos admiraban la esplendorosa escena de los alados. Vio la exaltación y fervor de su mirada y reconoció que él estaba así hace unos ¿segundos?

El anciano caminó y se decidió a escapar de dicha escena que le había brindado tanto placer en el pasado. Mientras andaba, el adulto sentía cómo se liberaba de la prisión de esos ojos amarillos. Caminó y llegó a su casa. Abrió la puerta, se encontraba a salvo. Vio a su hermano preocupado y lo abrazó.

El joven se sentó en su escritorio y se puso a terminar su tarea.

 

~DC

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