Con suerte


 Al sol se le distingue por su simpático brillo y su forma irrespetuosa de propagar calor. Es de mañana y los animales despiertan en hambre, sedientos de aquel hermoso lago que yace entre el oscuro y húmedo bosque. Donde plantas de diferentes tamaños e incluso sobrepasando las alturas convencionales, hasta árboles con altas copas que no permiten el paso más que de pequeños haces de luz, demandando un reflejo acuarela sobre el vasto bosque verde. 


Es Salomón quien sale de este bosque, montado en su caballo, “suerte”. Se dirigen a un lugar en busca de algo.


El camino no es cordial pues, así como el sol mismo no respeta, emana todo su poderoso calor sobre las llanas praderas de césped seco, que de no ser posible apreciar con la vista se pensaría que sobre una caldera se está caminando. Salomón de mente fría carga un sombrero cosido con hilos de caña, y para su querido amigo, uno similar. Sin embargo, no es el calor el enemigo en camino.


A lo lejos se observa un comanche, en caballo blanco, de robusto torso con una pudiente hacha. Tan enérgica se ve que se le puede atribuir el poder de cortar almas, aunque técnicamente algo así hace. 


Galopando sobre su salvaje animal se hace de ver frente Salomón quien con nulo miedo le mira de reojo, saluda parcialmente, y sigue su camino. El bárbaro hombre pretendiendo acercarse ferozmente, tropieza con su mala suerte, un tiro incierto amenaza a lo lejos. Mientras Salomón despreocupado de vida anda en camino en busca de algo. Entre la llanura de esa mañana se admira un jinete con un rifle de caza, pero su cauta apariencia simula una contraposición al de su rifle. Fueron dos disparos más los que ahuyentaron al comanche. 


El jinete se dirige a Salomón y le pregunta – ¿A dónde se dirige, hombre? – Salomón se enmudece solapando el mortífero silencio de la llanura. En apogeo del acto de misericordia ofrece una pista – Si busca el pueblo más cercano, le aseguro que no es en esa dirección. – El ensordecedor ruido del viento fue quien le respondió a simpática seña. – Bueno, cada hombre tiene sus motivos, me voy señor.


Salomón con voz seca dice – ¿Qué hacías tú? 


A lo que le responde – Me dirigía a un lugar que apodan “el bosque oscuro”. 


Esto llama la atención de Salomón y pregunta nuevamente – ¿Para qué?


Y con un misterio entre los ojos le responde – En búsqueda de algo…


Salomón, tragando saliva, le afirma – Yo también busco algo. – Se detuvo “suerte”. Entre el viento se desvaneció Salomón y con suerte no los viste.


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